La barrera de eucalipto.



Me desperté muy temprano y salí con mis cositas empacadas en un costal, quería llegar rápido a la terminal. Me tocó caminar desde el barrio hasta la autopista, en donde esperé el bus, menos mal que el chofer me conocía y no me cobró, pensó que me subía a vender los dulces y galletas con la que he sobrevivido en la ciudad. Pero no, ya hace varios días que pocos se montan en los buses, así que ya no hay a quien venderle nada mientras escuchan mi relato de sobrevivencia en la ciudad.

No había nadie en la terminal, llegué antes que abrieran la ventanilla de venta de pasajes para el bus que va al pueblo. La señorita que me atendió me avisó que de pronto no podíamos pasar del Crucero, ya que la comunidad estaba haciendo controles y no dejaban pasare a nadie. A mí no me preocupó mucho, yo quería volver a casa, con mi gente.

El bus arrancó con seis pasajeros, todos se bajaron el Los rosales, menos yo que seguí hasta que llegamos al Crucero. Y sí, estaba un grupo de personas haciendo control, tenían una barrera de troncos y ramas de eucalipto atravesadas en la carretera para impedir el paso. El ayudante del chofer me dijo que el bus se daba la vuelta y que hasta ahí me traían, que me bajara. Agarre mi costal y pude ver a mi padrino, lo alcance a distinguir por su viejo sombrero roído, tenía toda la cara tapada con un trapo rojo. - ¿Padrino como esta? - ¡Salvador mijo! ¿Qué hace usted por acá?

- Pues voy pa la casa padrino - ¡Ay mijo! No puede pasar Le explique que iba para la casa de la abuela Ema, arriba en la loma, allá donde no hay más casas, ni a donde nadie va. El padrino habló con la coordinadora del control, una señora totalmente envuelta en plásticos verdes, y me dijo que él no podía hacer nada por mí. Algunos hombres y mujeres que estaban en el control me instaron a que me devolviera a la ciudad. - ¿Para que se fue? - ¡Vaya para allá! ¡Vuelva con los infectados! - Por acá no queremos a nadie que venga de la ciudad! Pero si yo soy de acá, allá arriba está mi casa, la de mi familia... Ninguna suplica, ni explicación de mi precaria situación en la ciudad, nada fue suficiente para que me dejaran pasar. Ya eran casi las cinco de la tarde y me di cuenta de que no había forma de convencer a la gente de mi propia comunidad de que yo no estaba infectado y que no era un peligro para nadie, así que camine de regreso por la carretera, no avancé ni un kilómetro cuando me decidí a buscar la trocha que pasa por Río Negro y de ahí me subiría hasta a casa de la abuela Ema. Han pasado un par de semanas desde que llegué. He logrado sobrevivir con lo poco que dejó sembrado mi tío antes de irse pal pueblo. Nadie ha venido por acá y yo tampoco quiero ir al pueblo, para que voy a ir por allá, ojalá que la barrera de eucalipto les detenga el contagio, lo que si no sé es si con eso se van a curar del miedo inhumano.


Por: Álvaro Ruiz Velasco.

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