Espacios de confinamiento. Las heterotopías del espacio interior.


Este relato fue publicado inicialmente por nuestros amigos de Cuarentena I Relatos de encierro, y 
hace parte de nuestra alianza con ellos para seguir documentando, generando reflexiones y percepciones sobre la experiencia del confinamiento, de manera individual y colectiva.

***

Encerrados en nosotros mismos desde mucho antes del confinamiento veíamos como la solidaridad, la empatía, la posibilidad de entender al otro en sus circunstancias parecían signos de otros tiempos. Basta ahora escuchar en las noticias recientes los arrebatos de quienes protestan con armas contra el encierro y las palabras de Trump y Bolsonaro para entender que, ya antes de este gran encierro, la retórica de la mezquindad individual había sido sembrada, crecía y daba numerosos frutos. Era sólo cuestión de tiempo para que esta peligrosa mezcla de ignorancia y demagogia nos explotara en la cara. Las ciudades, los barrios, las casas han sido testigos mudos de cómo este peligroso hiper-individualismo se traduce en la segregación socio espacial creciente de las ciudades. 

Las ciudades de muros, las comunidades cerradas que recuerdan la edad media y que separan a los ricos de los pobres, a los blancos de los oscuros. ¿No ha sido esto puesto en evidencia en nueva York? ¿No nos dicen las cifras de los muertos que esta segregación del espacio no solo afecta las comunidades, sino también a los servicios de salud y determina la selectividad de la muerte? Ahora que todos estamos atrincherados en las casas, en los últimos muros que nos separan de la peste, ahora que hemos vuelto los ojos hacia nosotros mismos, cabe hacer una reflexión sobre el espacio, o mejor sobre los contra espacios que construimos frente a la narrativa homogeneizadora de las ciudades construidas por y para los capitales.

Para las inversiones todo el espacio es igual, todas las ciudades son iguales y tienden a ser homogéneas, pero las ciudades son sistemas vivos en constante movimiento. Estos sistemas son experimentados y determinados por personas que le asignan un sentido basado en su experiencia y que las modelan sobre la base de sus decisiones colectivas. La ciudad es un concepto, una abstracción a la que se asigna totalidad a un universo heterogéneo de experiencias y lugares. El lugar a diferencia de la ciudad está constituido por la experiencia personal de un tiempo y un espacio, que luego, como recuerdo, se convierten en memoria individual y colectiva. Al hablar de la ciudad, existen lugares que contienen la historia de luchas no resueltas, de tensiones ocultas, de nostalgias olvidadas. Son de cierta forma contra -lugares, contra -historias que se oponen o que no son tenidas en cuenta por las historias oficiales.

En los últimos meses hemos sido testigos y participes de la transformación de nuestra relación con el espacio, de la forma cómo este se percibe y se vive desde el encierro de nuestras casas. La reducción de la movilidad ha impuesto, por fuerza de la circunstancia, una relación más estrecha, con los espacios interiores, volviendo nuestra atención al hogar, a la familia. Este repliegue estratégico nos fuerza a repensar la función del espacio en la construcción de nuestra persona y la forma en que le damos importancia y sentido.

Foucault, en la simple prosa en la que acostumbraba a hablar dejó en 1966, en un bellísimo programa de radio, una reflexión profunda sobre nuestra relación con el espacio. En esta corta emisión, Foucault contrapone las utopías del espacio imaginado a las heterotopías individuales del espacio vivido. La utopía urbana de la ciudad ideal que piensan los urbanistas y que se construyen como toda utopía, siempre total y totalitaria, siempre determinante de la voluntad colectiva, siempre castrante de la riqueza de la imaginación individual, se contrapone al propio espacio vivido, a los sueños que hemos ido construyendo mientras caminamos en el barrio, al espacio de la sala familiar en la que imaginamos de niños viajar por el mundo, al lugar dónde fuimos felices y dónde han transcurrido las relaciones más significativas de nuestra existencia. Desde este encierro hemos aprendido que lo importante, lo realmente importante no tiene que ver con la superficialidad del despilfarro y el consumo, con el exceso de viajes innecesarios, de turismo de masa, sino con la satisfacción más elemental de la existencia. Un poco de comida, la compañía de nuestros hijos, la llamada de un amigo, los parques cerca de las casas y un poco de imaginación son suficientes para entender que más que los espacios y las narrativas construidas sobre necesidades inventadas de mega infraestructuras, de marketing urbano, lo que vale la pena es la singularidad de la experiencia humana, la vivencia de lugar y del tiempo que nos da la memoria de haber vivido allí nuestras vidas y haber construido nuestras heterotopías.


Por: David Hernández
Cuarentena - Relatos de Encierro.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El valle de las serpientes, cuento para niños.

Desde el balcón.

Virus virtual