Los síntomas



-El café me sabe a remedio.
 Dijo mi mujer una mañana cualquiera de cuarentena, en medio del desayuno de cada día.
-¿Y el pan? 
Le pregunté como quien no quiere la cosa mientras contemplaba de reojo la escena del cuadro de pan Bimbo convirtiéndose en una cosa amorfa en medio de sus dientes y luego desaparecer de golpe en su garganta.
-No me sabe a nada.
Fue el diálogo matinal más largo que tuvimos desde que empezó el aislamiento. En condiciones normales, antes del Covid, nunca nos despertábamos a la misma hora por lo tanto no desayunábamos juntos. 
Y sentí una especie de sobrecogimiento. 
Me sorprendía con la misma fuerza el hecho de que abriera su boca para otra cosa distinta a engullir un huevo cocido, dos tajadas de pan seco y media jarra de café, y el hecho de que la comida le supiera distinto a todos los días.
Me levanté despacio, recogí los platos y vasos como todos los días, lavé todo en silencio y me dirigí a mi habitación con el mismo hartazgo de cada mañana para que no llegara siquiera a sospechar que era el último desayuno que compartiríamos en esta vida.
Esperé que entrara al baño y ahí sí hice unos movimientos inusuales: bajé la maleta de arriba del armario, eché lo que pude de ropa, en un guante de latex puse mi billetera con todo el dinero efectivo, las tarjetas y salí sin decir adiós.
Ahora en este hotelito rural que encontré a las afueras de la ciudad esperaré con calma a que acabe la pandemia. 
Tal vez ella no sabe que está condenada y se estará alegrando prematuramente de no volverme a ver. Me quedará a mí la condenable fantasía de haberla envenenado. Pero no es así, soy un cobarde, no habría sido capaz. 
Antes de borrarla, miré por última vez la conversación de whatsapp con Juan, un viejo amigo de la infancia que hoy reposa en el cementerio central de Madrid. 
“….sentí que tenía el bicho cuando la comida empezó a volvérseme insípida y todo lo que bebía me sabía a remedio”.

Por: Jair Dorado.

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