Jengibre, eucalipto y garbanzos.


La primera vez que la vi fue el día en que anunciaron el inicio de la cuarentena, fue en la sección de condimentos, yo estaba buscando nuez moscada y entre la muchedumbre ansiosa y desesperada que compraba compulsivamente ella revisaba las diferentes marcas de jengibre molido, resplandecía con su cabello rojo suelto que hacia juego con sus zapatos, también rojos. Al verla me quede absorto, con las bolitas de nuez moscada en la mano, viendo como elegía el mejor jengibre y lo guardaba en su canasta de compras, para después pasar a mi lado sin siquiera mirarme. La vi alejarse en dirección de las cajas, a mi todavía me faltaba comparar el pollo, así que me fui a los congeladores.

A la semana siguiente impusieron la orden de salir según el ultimo numero de la cédula, ese día me tocaba a mí y me alegro verla nuevamente en la sección de condimentos, que alegría saber que teníamos el mismo número al final del documento de identidad, que gran coincidencia y una buena premonición. Aunque casi no la reconozco, llevaba guantes quirúrgicos, un largo sobretodo que cubría su lánguido cuerpo y un pequeño sombrero que recogía su roja cabellera y la descubrí por un delicado mechón que se le había escapado a su orden aséptico. Disimuladamente me acerqué y escuche como ella le preguntaba a una empleada por hojas de eucalipto, la empleada del supermercado negaba moviendo su cabeza. Pensé en acercarme  más y decirle que atrás del conjunto donde vivo hay una fila de enormes eucaliptos y decirle que si quería podíamos ir juntos a buscar unas cuantas ramas, pero me detuve.


Por estos días nadie habla con el otro por aquello de la sana distancia que nos aleja cada vez más, eso me impidió a decirle siquiera donde estaban los eucaliptos, ahí no más como a tres cuadras podría tener lo que buscaba y gratis.
Me quedé estático mirándola por el rabillo del ojo izquierdo, ella se sintió observada y nos cruzamos las miradas. A mi se me salió una leve sonrisa y me acorde que yo no llevaba tapabocas. Me sonroje todo y ella descansó su mirada, como entendiendo que yo no era un depravado machista acosador, y estoy casi seguro que ella también sonrió debajo de su tapabocas.


Esta vez yo estaba del lado de los granos, así que no pasó a mi lado y se alejó rumbo a las cajas. Yo ya tenía todo, lo ultimo eran los garbanzos para hacer humus, y me fui también para las cajas. Al llegar nos separaba una señora envuelta en bolsas de plástico y con unas gafas de piscina en sus ojos. Todos guardábamos la distancia aconsejada por una empleada que estaba ahí para recordárnosla. Mientras centraba mi mirada en ese mechón carmesí indómito, el tiempo se detuvo y me perdí en simular cuantas recetas podríamos hacer con jengibre, eucalipto y garbanzos…si tan solo estuviéramos juntos en esta cuarentena, o si tan solo pudiera hablarle. 


Cuando reaccione la cajera ya me estaba pidiendo la plata para pagar mi cuenta, y ella se disponía a salir del supermercado, no sin antes acomodarse su pequeño sombrero y poner en orden ese mechón insurrecto, me apresuré a guardar mis compras y al salir ya no la pude ver.
Pasaron los días y ansiaba que llegara el jueves nuevamente para ir al supermercado y encontrarla, tal vez la vería en las verduras y ahí si podría hablarle con el pretexto de alguna receta rara. Ya estaba decidido a romper el miedo a esa sana distancia, pero no tuve la oportunidad, el miércoles avisaron por la televisión que imponían un nuevo régimen de salidas, ya no solamente por el numero, desde el jueves sería por el genero, hombres un día, mujeres otro día, no lo podía creer. Así que acá sigo esperando a que termine la cuarentena y poder ir todos los días al supermercado.


Por: Álvaro Ruiz Velasco

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